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Comando Bolívar

La hipótesis de la trama bolivariana (II) - Cánovas

La hipótesis de la trama bolivariana (II) - Cánovas

Me acordé del tipo y de aquella teoría suya sobre el asesinato de Cánovas del Castillo meses después, cuando se me apareció en la pantalla del televisor el rostro de gorila risueño, de mandril bolivariano, movilizando a su ejército a través de un programa de televisión. Fue escuchar lo de me muevan diez batallones, los que fueran, diez, ocho, quince... qué más daba. ¡Y con sus tanques! Claro, nada como un carro de combate bien engrasado para hacerse respetar. Muy bolivariano... y me acordé del tipo porque cada vez que me llegan noticias de una guerra, se me va la mente a la Plaza de Mayo, al grupo de veteranos de la guerra de las Malvinas, y sobre todo al gordo exoficial de Inteligencia Militar con el que compartí unas cuantas "quilmes" mientras me explicaba lo que yo jamás había recordado del asesinato de Antonio Cánovas del Castillo, un 8 de agosto de 1897...


- ¿La historia de España, decís? No, pibe, escuchá...


Y escuché. Mis ojos viajaban desde la barba revuelta y entrecana del tipo hasta los figurines de guardia frente a una Casa Rosada en obras; desde el frontispicio de la austera fachada de la catedral hasta las vallas metálicas apiladas por la policía después de la penúltima manifestación. Y mientras la enorme bandera albiceleste ponía un sol estampado allá arriba, donde las nubes habían apagado el de verdad, yo escuchaba, y disfrutaba de cómo sonaba la historia de mi Patria en puro acento porteño.


Cánovas del Castillo era el político más importante de España en el último cuarto del siglo XIX. Líder del Partido Conservador, su firmeza política y constitucional, su capacidad de diálogo y su visión de futuro, le convirtieron en hombre clave de la Restauración. Tras la muerte de Alfonso XII pactó con Sagasta, líder del Partido Liberal, un sistema de turnos para garantizar la estabilidad de la Monarquía durante los años de regencia de María Cristina. En los últimos años, España había vivido ya las primeras insurrecciones en Cuba, y se acusaba veladamente a los independentistas cubanos de haber instigado el asesinato del General Prim. También se habían vivido los últimos coletazos de las rebeliones carlistas, y España se recuperaba de décadas y décadas de guerra civil, revoluciones, dictaduras y pronunciamientos militares. Con la restauración, el país había alcanzado su propia revolución industrial, y en el paisaje social aparecía con fuerza la clase obrera.


Cánovas había accedido al poder por última vez en 1895. En aquellos años, España afrontaba el separatismo de las últimas colonias de ultramar y la creciente violencia anarquista, cuyo exponente más característico era el terrorista solitario. Eran difíciles de combatir, porque su decisión resultaba suicida. No temían morir en el intento ni les frenaba la imposibilidad de huir después de cometer el atentado. Se dejaban detener con tal de proclamar sus ideales y su afán de venganza.


En Cuba, el hombre de Cánovas era el general Weyler. Militar partidario de la dureza contra los insurgentes, a cuya causa se había sumado el movimiento anarquista revolucionario a través de José Martí. Las buenas relaciones de Cánovas con los Estados Unidos, por un lado, y el imperio alemán, por otro, permitía que las potencias extranjeras siguieran considerando el independentismo cubano, portorriqueño y filipino como un problema interno.


Así las cosas, en febrero de 1897 cinco anarquistas son fusilados en Barcelona. La Ciudad Condal, por ser la más industrializada, contaba con una clase obrera más potente y organizada. Los barceloneses aún lloraban a las víctimas del atentado del Liceo cuando el anarquismo revolucionario atentó contra la procesión del Corpus. Cinco de los detenidos habían sido condenados a muerte, y el Gobierno tuvo que afrontar las consecuencias de su ejecución.


- ¿Recordás el factor humano?


- ¿Graham Green?


- En efecto. Y... yo no sé, porque posiblemente España estaba llamada a perder sus colonias, América para los americanos, vos ya sabés, pero a lo mejor no, ¿quién sabe, amigo? Un hombre, un tipo gris, un lunático, un héroe quizás... un italiano, anarquista, por supuesto, que sin duda debió haber conocido a algunos de los fusilados decide buscar venganza. ¡Buscar venganza, ché! El tipo había vivido en Barcelona, estaba fichado por media Europa, lo habían trincado y dejado libre tras lo del Liceo, y mirá, se encuentra en París con Betances...


Se nos agotaba la reserva de cerveza, el tiempo para la historia y la paciencia para seguir aguantando algunos tics ciertamente enojosos en el modo de actuar del veterano, entre los que destacaba una desvergonzada forma de rascarse la entrepierna.


Ramón Emeterio Betances era, en aquellos días, el delegado de la Junta Cubana en París, y a él acudió, entre otros, Michele Angiolillo, el anarquista que un día comunicó a sus compañeros su intención de matar a la Regente y a su hijo en venganza por los fusilamientos de Montjuïc. Betances fue quien le explicó que ese magnicidio no cambiaría nada. Que Cánovas y Sagasta seguirían turnándose, y que el enemigo a batir, el elemento peligroso, era Cánovas... Lo demás es historia: Angiolillo regresó a España con documentación falsa, probablemente facilitada por Betances, y con la información suficiente como para saber que el presidente del Gobierno se alojaría en el balneario de Santa Águeda, como casi siempre por esas fechas. Esperó el momento oportuno, se acercó a Cánovas mientras éste leía el periódico y disparó tres veces. Después esperó. No intentó huir... se dejó detener por los agentes encargados de la seguridad del presidente, y explicó que había vengado a sus hermanos de Montjuïc... sabía que sería condenado a muerte. Como los demás: un suicida.


Bebió el último trago y comprobó con serenidad monacal que se había terminado la reserva de "quilmes". Sabía, sabíamos, que no habría una nueva excursión al carrito de bebidas, y sin decir nada especial, comenzó su breve trayecto de regreso desde la catedral hasta el monumento que domina la plaza y el jardín. Aún así, tuvo tiempo de resumir lo que desde el principio había querido explicarme.


- El italiano se vengó, pero mirá, compañero, eso era lo de menos. Muerto Cánovas, a los cubanos se les abrió el cielo. Sagasta, liberal claro, cambió a Weyler por un general afecto a las tesis de la negociación: Blanco. Pero tú no podés negociar cuando te acaban de partir la cara. Entonces sos débil. Sagasta y los americanos no tenían la misma relación, y los alemanes pensaron que para qué iban a defender a España si ésta aflojaba... Sagasta, y el mundo entero, cayeron en la trampa de pensar que todo era un atentado anarquista más. Los cubanos sabían que eso era importante, porque las naciones civilizadas temían a los terroristas y jamás habrían apoyado a un país que quería nacer ayudándose de estos tipos... y ahora, amigo, hermano, compañero, dos preguntas. La primera es la de antes: ¿Qué relación existe entre el asesinato de Cánovas y el 11-M? Pará, la segunda: ¿No tendrías algo de plata para este héroe caído?


(Continuará)

1 comentario

Carlos Morales -

La historia cunde, Javier, y se repite como un bucle interminable. Desde un punto de vista político, nada hay peor que verse gobernado por políticos que hacen de la claudicación un signo de progreso. Es como un humo que recorre todos los callejones de la historia, y que embriaga con su inconsciencia a los hijos del idealismo. Por más que los historiadores les parezca disparatado centrarse en el humo que hace de los hombres farallones temerosos, tu intento de hacer de él la fuente de una historia de la indignidad nos hará un poco más sabios. Porque la historia se reduce a ese arduo combate entre el pragmatismo y el idealismo totalitario, siempre, siempre, siempre...Me acuerdo de El Togray, de su último sueño, de su voluntad de librar la civilización musulmana de la tutela paranoica de los sacerdotes de la verdad...Un fuerte abrazo...
Carlos